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Tras la fundación de la actual capital limarina, comenzó inmediatamente la venta de los primeros solares a los futuros propietarios. La villa comenzaba a despertar a la historia, pero sería un despertar lento, humilde y no sin inconvenientes, pues –cómo suelo suceder hasta nuestros días – no siempre los vecinos cumplían con lo acordado.

Tras la fundación de la ciudad de Ovalle en 1831, y el nombramiento de sus primeras autoridades, comenzaron a escribirse las primeras páginas en la historia de la actual capital del Limarí.

Elegido el terreno denominado Tuquí Bajo, perteneciente a la Hacienda Tuquí cuya legítima heredera era Micaela Campos Gaviño y su esposo Juan Antonio Perry, para levantar la futura villa, el Estado comisionó al ingeniero francés Pedro Coustilhlas y a otros profesionales para trazar la futura planta de la ciudad.

Dicho trazado se inició con el diseño de las actuales avenidas Arzitía Oriente y Poniente, para posteriormente desde ahí, trazar en dirección oeste, el diseño de las calles que conformarían la planta original del actual centro histórico de Ovalle.

Básicamente, dicho trazado contemplaba el área que hoy se extiende entre las calles Socos por el norte, Tangue por el sur, Ariztía Oriente y Poniente (la Alameda) por el oriente, y calle El Mirador por el poniente. Una vez completado, se pusieron en venta los solares para los futuros propietarios que darían origen a la población fundacional de la ciudad.

En su libro “Rostro Urbano de Ovalle” del historiador ovallino, Rodrigo Iribarren, se explica que cada solar medía por lo general, un cuarto de manzana y eran de aproximadamente de 20 metros de frente por alrededor de 60 metros de fondo. El precio fijado para la adquisición de los terrenos, se estableció en 28 pesos de la época, por cada solar.

Según los datos proporcionados por esta obra, que basa la información en los documentos de la época, hasta el 31 de mayo de 1831, ya se habían pagado y entregado un total de 45 solares. En tanto, entre el periodo que va desde el 7 de septiembre de 1834 y el 10 de noviembre de 1840, un total de 58 solares ya habían sido pagados y cedidos a sus respectivos dueños.

ACUERDOS “DE PAPEL”

Un punto importante en medio de esta historia es señalar que al pagar y adjudicarse un solar, el nuevo propietario se comprometía ante las autoridades a cerrar el sitio comprado, y construir “al menos una pieza de doce varas de frente” según explica Rodrigo Iribarren en el libro “Rostro Urbano de Ovalle”.

Sin embargo, este acuerdo no fue cumplido por gran parte de los nuevos propietarios.

Si uno fuera capaz de retroceder en el tiempo, concretamente al Ovalle de la década de 1860, una de las primeras impresiones que nos llevaríamos, es de una villa con una gran cantidad de sitios baldíos, mientras que en aquellos solares en donde sí se habían levantado viviendas, algunas de ellas eran muy precarias, hasta tal punto que el propio municipio debió obligar a sus dueños a demolerlas, por constituir un peligro para los viandantes.

El historiador Rodrigo Iribarren sostiene en su libro que para resolver esta situación, el municipio ovallino, en sesión ordinaria del 20 de mayo de 1861, acordó los siguientes puntos:

“1° Que todos los sitios que no se encuentran claustrados con una muralla de dos varas y media de altura, con la plumilla de teja y tabla, debe hacérseles saber i notificar a sus dueños que si desde la fecha de su notificación i hasta el 15 de septiembre del corriente año, no se el cumplimiento a este acuerdo, se les penará con una multa del valor de cincuenta pesos”.

Como segundo punto de dicho acuerdo, el municipio de Ovalle indica que ante el incumplimiento de los vecinos de edificar según lo acordado al comprar el solar, estableció que “se les prefije un plazo de cuatro meses más contados desde el 15 de septiembre del presente año para que procedan los propietarios, hasta ese término a edificar en cada sitio donde no se hubiese cumplido con las disposiciones de que se trata, una pieza de doce varas de largo, con techo de paja o totora; i que en el caso de contravenir lo dispuesto, se les prevendrá que la municipalidad en su defecto, dará entonces el primitivo valor i cantidad de cada sitio a sus propietarios i tomará de su cuenta la construcción de ellos, los enajenará a otros, o dispondrá de ellos del modo que más conveniente juzgare”.

Ante la posibilidad de una expropiación, los propietarios inmediatamente solicitaron al municipio una prórroga, asegurando “escasez de medios para llevar a efecto aquello a que habían sido obligados i la crisis monetaria por la que atraviesa el país” según se consigna en el libro “Rostro Urbano de Ovalle”.

Al respecto, la municipalidad accedió a esta petición, en medio de un contexto favorable generado por el auge minero del mineral de Tamaya, lo que permitió que algunos connotados personajes enriquecidos por esta veta cuprífera, se pudiesen avecindar en la ciudad de Ovalle, aportando así en el desarrollo urbano de la villa.

 

 

 

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