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Sí, soy un ovallino en Brunei esperando a que en minutos la luna en su baile astronómico se interponga entre el sol y el sudeste asiático. Es la mañana del 20 de abril de 2042 y estamos expectantes a este fenómeno, hay mucha emoción en el ambiente.

Para mi hijo será su primer eclipse. Está emocionado porque aunque hemos viajado alrededor del mundo a ver otros fenómenos naturales, este tiene un significado especial para nosotros, porque precisamente fue una de estas monumentales cortinas las que hizo que me decidiera a ser un científico y un “cazador de eclipses”.

Para mí este será mi cuarto eclipse total de sol. Desde que vi el primero, sólo he dejado de ver uno de los que estaban marcados en el calendario. Por cuestiones personales lo dejé de ver –además de que era en la Antártida- pero igual lo seguí y lo pude estudiar gracias a la tecnología.

Ahora tengo 33 años y mi hijo tiene siete. Estamos a pocos momentos de ver cómo se tapa el sol con un dedo, bueno, no con un dedo, sino con la luna, y a pesar de todos los estudios que tenemos sobre la radiación, gravedad, velocidad de la luz, nunca deja de ser un espectáculo digno de admirar. Es cómo ver un concierto en vivo de tu cantante favorito. La magia del momento es inigualable.

Con este viaje al pequeño pero desarrollado Brunei, estoy buscando que mi hijo se enamore de mi pasión. Cómo yo lo hice cuando tenía 10 años y en mi Ovalle natal pude disfrutar de mi primer eclipse total de sol.

En ese momento todavía no sabía de qué se trataba, por más que me lo explicaran en la escuela, que nos regalaran los lentes especiales, que toda la publicidad girara en torno al fenómeno, que todas las discusiones políticas intentaran decidir si los trabajadores tendrían feriado para disfrutar del momento, aun así no lo entendía. Fue cuando el día se volvió noche, cuando pudimos descubrir la magia de la amistad entre el sol y la luna. Ahí, en ese momento, con diez años, fue cuando dije: “esto es lo que quiero hacer, quiero estudiar los eclipses y todas las estrellas que juegan en el cielo”.

Desde ese momento he visto y estudiado –con apoyo de mi familia y cuando todavía era muy joven- los eclipses en Villarrica en 2020, en Estados Unidos en 2024 y en España en 2026, cuando todavía no había entrado en la universidad.

Luego, gracias a la curiosidad que nació el 2 de julio de 2019, decidí estudiar astronomía y astrofísica. Mi esposa española, a quien conocí en uno de mis congresos, y mi hijo chileno, y yo esperamos expectantes el fenómeno. Ellos para disfrutar del espectáculo. Yo, para seguir analizando la luz y su velocidad.

Y todo gracias al eclipse que vi en La Costanera la tarde de un martes cuando apenas tenía diez años.

 

 

 

 

 

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