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Con más de 60 participantes en la convocatoria de este año, los autores evocaron desde recuerdos de una época pasada hasta vivencias de personajes icónicos que quedarán siempre en la memoria colectiva. El jurado, invitado por la Corporación Cultural Municipal de Ovalle se decantó por textos que ilustraron a la ciudad desde una mirada original y una gran limpieza gramatical

Con cada nueva edición el Concurso de Cuentos en honor a la ciudad gana más expectativa entre los participantes y el público. Con cada palabra sumada por cada año transcurrido, la labor del jurado se va tornando más y más compleja.

El concurso literario Ovalle en 190 Palabras, organizado por la Corporación Cultural Municipal de Ovalle, convocó a 65 títulos participantes, en los que los autores mostraron diferentes aristas de la ciudad a través de una mirada original y creativa. Así, el jurado integrado la escritora Paz Corral Yagnam, el escritor y ganador de la edición 2017 del Concurso Editorial Víctor Domingo Silva, Sebastián Vergara, y el periodista y editor de Diario El Ovallino, Roberto Rivas Suárez, se decantaron por relatos originales y que a la vez mostraban a Ovalle desde un ángulo único.

Cuadro de Honor

Los ganadores de la versión 2021, fueron los cuentos Anillos de Ciprés, de Jorge Hauyon Castillo, Completa, del autor Diego Toro Alvarado, y Diez Ríos, de Fernando Jiménez Hidalgo.

Tras la deliberación y el análisis de los relatos el jurado también entregó tres menciones honoríficas a cuentos que consideraron valía la pena destacar. Esta distinción fue otorgada a los títulos Siempre lo supe, de María Fernanda Bravo Cuello, La gran máquina de acero, de Cristofer Rojas Rodríguez,y La Picá del Lifo, de Boris Acuña Rodríguez.

La premiación y ceremonia se deberá realizar este año a distancia, respetando las normas sanitarias dictadas por las autoridades de salud.

 

 

los Cuentos ganadores

 

Primer lugar: Anillos de Ciprés

Autor: Jorge Hauyon Castillo

Vengo de una antigua familia californiana, pero mis raíces se han formado en nuestra tierra. Estoy en Ovalle desde su aniversario treinta y cinco. Tiempos acompasados.

Durante estos años, sentí el piso moverse más veces de las que me gustaría. Sufrí el calor, las lluvias más copiosas y también las que no llegaron. He tomado el pulso ciudadano en la marea humana que fluye por su plaza.

Conocí a los Héroes del Pacífico. Fui testigo privilegiado del deslucido vuelo del Cristo de Elqui, y de cómo la glorieta dio paso al trébol. Disfruté las fiestas de la primavera de la Maestranza. Recibí unas jóvenes palmeras y desde mi posición admiro todos los años al piñonero vistiendo brillantes luces navideñas.

Ovallinos:

He acompañado sus bautizos, juegos, desfiles y cantos, observando también, sus desencuentros y disputas.

Los vi salir maravillados del cine Cervantes y cruzar caminos con quien sería la pareja de toda su vida.

Me han visitado con sus amigos, hijos y nietos.

Buscaron cobijo conmigo en sus últimos pasos y he despedido su tránsito final.

Conservo sus recuerdos, son parte de mí, están en mis anillos.

 

Segundo lugar: Completa

Autor: Diego Toro Alvarado

Fue lo primero que hizo ese día. Entró, pegó una mirada rápida, y en silencio caminó hacia la única mesa que quedaba vacía. Se sentó mirando hacia la puerta, barrió con el antebrazo las migas de la mesa y respiró. Todo estaba igual, los refrigeradores antiguos, el olor a paila de huevos, era el mismo “Café Oriente” de toda la vida. Al rato llegó la garzona, ¿Qué se va a servir?, preguntó. Lo de siempre, quiso responder él, con tono de película gringa, pero solo atinó a decir: Una completa y un completo.

Mientras esperaba miró la tele para ponerse al día, pero su atención se desvió con el sonido de la licuadora que invadió el local, esa es la mía, dijo en voz baja con ansiedad. Dos minutos después, la garzona llegó con el pedido.

A toda velocidad comenzaron a pasar por su boca los sabores, pan crujiente, palta, malta, leche fría, harina tostada. Cuando terminó, levantó la vista del plato y vio los muros de la cárcel a través de los vidrios de la puerta. Tres meses fueron, tres meses que él sintió como una vida, completa.

 

Tercer lugar: Diez Ríos

Autor: Fernando Jiménez Hidalgo

Mi padre me contó una vez, que cuando él era niño, diez ríos bajaban desde el cerro más alto, surcando entre rocas, la totora, el corontillo  y las amapolas. Los diez ríos bajaban regando las medicinas que su abuelita preparaba para las vecinas  de Huallillinga, Sotaquí y Carachilla.

Bajaban los diez ríos regando las orillas donde crecían los berros que su madre hacía cada almuerzo de domingo; para luego,  junto a sus cuatro amigos, ir a los diez ríos a mojar sus diez pies. Al principio se sumergían de la cabeza a los pies, los veranos pasaron y se  sumergían de los pies a la cintura, tuvieron hijos, y sus pies se sumergían sólo hasta las rodillas. Fueron abuelos al igual que los diez ríos, que ya no bajaban ni siquiera para que sus nietos sumergieran las plantas de sus pies.

Mi padre me contó que ahora, las amapolas no se inclinan con dirección al mar, que los berros siguen creciendo, pero en el rocío del concreto.

Ahora vemos con mi padre, que los diez ríos suben con dirección al cerro, donde están las paltas listas para exportar.

 

 

 

 

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