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Roberto Rivas Suárez
Con más de cuatro meses viviendo y durmiendo en condiciones de vulnerabilidad, Juan Ignacio todos los días tiene que buscar agua del río para beber, cocinar y asearse. Llegó a Ovalle buscando una estabilidad que se le esquiva y una serie de malas circunstancias le ha dejado rozando la miseria

Vive al margen de la ciudad. Rozando la miseria. Juan Ignacio Vásquez se ha levantado y ha vuelto a caer en varias ocasiones en su vida. Actualmente y desde hace cuatro meses vive en una pieza levantada con tablas detrás del muro de contención ubicado en La Costanera, apenas a cien metros de la zona urbana de Ovalle, pero escondiendo su drama de la ciudad.

Una serie de malas decisiones y condiciones adversas lo ha llevado a sortear diversas dificultades, dejando a su familia en Antofagasta para buscar trabajo como temporero en la zona rural de Ovalle, aunque terminando, momentáneamente, en una condición vulnerable junto a su actual pareja.

“El año pasado me vine a Ovalle porque yo conocía la ciudad. Hace como unos diez años trabajaba manejando camiones en una empresa e hicimos unos trabajos en unas carreteras de Punitaqui. Yo ya conocía por aquí. Siempre Ovalle ha tenido pega y por eso me vine, porque siempre se puede trabajar como temporero, aunque no se gana mucho”, indicó Vásquez.

Pero la suerte no le ayudó a conseguir empleo y mucho menos a tener una estabilidad económica, por lo que su estadía se ha balanceado entre la calle y los refugios solidarios.

Durmió en el Hogar de Cristo durante varios meses, pero decidió no ir más porque a veces no tenía ni siquiera los 500 pesos que debía dar de colaboración.

Así que con su actual pareja se aventuraron a buscar un lugar donde no tuvieran que pagar por dormir en la noche, conversando con los encargados o dueños de un terreno ubicado pasando la ciclovía de la costanera.

“Era un vertedero, la gente venía y botaba su basura acá porque era lo más cercano, así que nos dijeron que nos podíamos quedar y nosotros comenzamos a limpiar el lugar, separando las tablas para la leña, de lo demás. La otra basura la vamos arrimando pal fondo”, indicó.

En el lugar apenas lograron mantener en pie una pieza para dormir y otra para guardar un par de cosas. Tienen que buscar agua al río para tomar, cocinar y asearse. No cuentan con electricidad ni gas, y cocinan con leña todos los días además de mantener unas brasas para garantizar el calor de noche.

En esas condiciones viven un día tras otro, en una espiral que no les ha dejado salir a flote sino sólo contando con lo que pueden comprar y vender el mismo día para comprar algo de comida.

Los pesos para vivir

“Un amigo me dijo que me pusiera a cuidar y lavar vehículos y que si me portaba bien con la gente, me iba a ganar las propinas, y al principio me daba pena, pero comencé a hacerlo y me ha ido bien. Quería comprar un chaleco de los amarillos, pero no tenía plata y justo me conseguí en una esquina un billete de cinco lucas, entonces me compré una casaca para mí y otra para mi compañero, para que estuviéramos seguros”, recordó.

Señaló que poco a poco va conociendo a su clientela y a los conductores  y eso le ha permitido ganarse la confianza de la gente, quienes le piden que además les lave el auto por otra propina.

“En un día bueno se podían hacer 30 o 40 mil pesos, llegando bien temprano en la mañana y trabajando hasta la tarde o noche, pero en un día malo no pasaba de dos mil pesos. La cosa se puso mala en octubre después de las marchas porque ya los vehículos se quedaban hasta el mediodía nomás. Ahora con la cuarentena ya uno no puede trabajar bien”, se lamenta Vásquez.

Una familia dividida

Vásquez relata que tiene doce hijos, y varios nietos y bisnietos, la mayoría en Antofagasta, aunque otros trabajan en la comuna de Coquimbo y en otras zonas del país.

“Ellos viven su vida, hasta tengo una hija profesional, pero no puedo yo llegar para vivir con ella. A los otros tengo más de un año que no los veo. No he regresado a Antofagasta desde que salí de allá”, relata.

 

 

 

 

 

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