Crédito fotografía: 
Leonel Pizarro
Luego de ver como el fuego arrasaba con su casa y su negocio, la familia buscaba principalmente salvar su vida, por lo que tuvieron que batallar hasta un mes para poder estabilizarse. Ahora le dan otro valor a la unión familiar.

Cuatro tiempos pueden definir la realidad de la familia que sobrevivió al incendio en El Guindo en octubre pasado: Los primeros minutos fueron de miedo, en los que la decisión tomada en cada segundo fue realmente vital.

Las siguientes horas serían de desesperación al ver lo que el incendio había causado no solo al hogar, sino a la salud de quienes allí moraban. Posteriormente en los días y semanas que le sucedieron a la tragedia reinó la angustia por tratar de reponerse poco a poco a las graves lesiones con las que tuvieron que batallar.

Pero hay un momento que no es negativo, y es el presente, cuando ya están todos reunidos e intentando superar el evento más traumático que cualquier familia pueda atravesar: perderlo casi todo, en un voraz incendio en medio de la oscuridad de la madrugada. Advierten que lo que nunca perdieron, fueron las esperanzas.

Los primeros minutos

Sandra Carvajal Rivera, y sus hijos Juan Pablo, de 21 años y Joaquín, de 7, nunca imaginaron al irse a dormir la noche del domingo 25 de octubre, que la vida les cambiaría por completo.

Un corto circuito en el living del hogar desataría durante la madrugada del lunes 26 las llamas que amenazaban con alcanzarlo todo. El primero en reaccionar fue Juan Pablo, el único que tenía una pieza en el segundo piso. Cuando despertó por el ruido y el calor se dio cuenta de lo que pasaba  y comenzó a golpear el piso de su habitación para despertar a su madre y a su hermano menor, y cuando pudo bajar intentó buscar las llaves de la casa, pero el fuego se lo hizo imposible.

“Me tapé la boca como pude y busqué a mi mamá, a Joaquín lo pesqué y lo saqué. Salimos por la ventana al antejardín pero no podíamos salir de la casa porque los portones estaban cerrados. Así que nos tocó saltarnos por la cerca de la vecina”, narró Juan Pablo.

La angustia de los días

“Yo no me sentía mal. De hecho me quedé hasta que estaban limpiando y ahí recién me fui. Pero después del incendio cuando ya me bañé y comencé a tomar desayuno, fue cuando comencé a escupir negro, con mucosidad negra y empecé a toser por todo el humo que había inhalado. Lo último que recuerdo que fue que estaba en la sala de endoscopia del Hospital de Ovalle, me pusieron anestesia general y desperté el 12 de noviembre en Santiago”, explicó Juan Pablo.

“Cuando pasó todo esto, a mí me llevaron intubada e inconsciente, después desperté allá (en Santiago) y no sabía de todas las pérdidas que había tenido acá. Desperté a los cinco días del coma, pero no me decían nada, para que no me preocupara, pero llegar acá después de 15 días y ver que ya no estaba la casa ni el negocio, fue muy fuerte, muy impactante”, recordó por su parte Sandra.

Sandra y Juan Pablo fueron transportados en avión hasta Santiago, e internados en el Hospital de Urgencia y Asistencia Pública (Posta Central).

El menor de los hermanos fue quien menos lesiones tuvo, mientras para el mayor la pesadilla apenas comenzaba.

Fueron más de dos semanas en las que JP no recuerda nada. Fueron hojas del calendario en blanco desde el día del incendio hasta despertar en la capital en lugares y con personas desconocidas.

Una vez que Sandra recibió el alta médica pudo regresar a Sotaquí, pero dejando a Juan Pablo en el Hospital.

“Yo cuando estuve allá pude ver a mi hijo en la UCI, de lejos, mientras él todavía estaba inconsciente”.

Cuando JP despertó se sentía desorientado, no sabía dónde estaba ni cuánto tiempo había pasado.

Lo primero que sintió fue que estaba lento, por la acción de los sedantes y por mantener su 1.95 metros de estatura y sus más de 100 kilos sin actividad física por más de tres semanas. Se le dificultaba hablar y comunicarse.

“Cuando nos llamaron y nos dijeron que estaba de alta y que lo podíamos buscar, fue otro golpe para mí verlo, porque la última vez que lo vi, él estaba sano”, destacó Sandra, quien recordó que cuando lo volvió a ver un mes después, era otra persona.

Era un Juan Pablo delgado, desorientado, con el cabello corto, y apoyándose en un burrito o andadera para poder caminar, porque no tenía fuerza en las piernas.

JP es estudiante del cuatro semestre de Trabajo Social en la Universidad Santo Tomas en La Serena. Actualmente pesa 107 kilos, 20 menos que el fatídico día, peso que perdió tras un mes hospitalizado.

Diagnosticado ahora con polineuropatía, algunos daños se reflejan en su cuerpo como la imposibilidad de girar el pie derecho desde el eje del tobillo, y un constante temblor en sus manos. Serían secuelas en los nervios, pero con terapias y tratamientos se puede superar, por lo que realiza terapias dos o tres veces a la semana en el Hospital de Ovalle, y diariamente en su casa con pesas y rodillos.

 Sus rulos largos se quedaron en el proceso, ahora luce un corte muy bajo con el que incluso combate las escaras producto de la hospitalización.

“Me tuvieron acostado durante mucho tiempo llego de cables. No me podía mover. Y cuando  pensamos que estaría recuperado y traté de pararme, me caí de la cama, porque pensé que me podía parar sin ayuda, pero no, perdí mucha fuerza en los brazos”, comentó el joven, quien es bueno para manejar bicicleta y tan enérgico como cualquier otro un joven universitario.

La realidad

Al regreso de su hospitalización Sandra se tuvo que quedar algunos días en casa de su mamá, también en El Guindo.

“El esfuerzo de años ya no estaba. La camioneta con la que buscábamos la mercancía del negocio se quemó completa. Era nuestro principal transporte. Pero me di cuenta que los vecinos se unieron mucho para hacer actividades y ayudar. El pueblo fue muy unido. Hicieron campañas, buscaron una máquina y nos ayudaron a limpiar el terreno”, señaló a mujer.

Ahora viven en una mediagua, que han podido adaptar poco a poco a sus nuevas necesidades.

“Los vecinos se han portado un siete con nosotros. La familia, los amigos, las instituciones, todos se han portado muy bien en esta situación. Los compañeros y maestros de Joaquín de la Escuela de El Guindo, también han sido solidarios. La fe en la oración siento que nos ayudó mucho, sin importar religión ni iglesia, todos ayudaron. Toda la gente del pueblo se unió en actividades. Familia que teníamos tiempo sin comunicarnos también apareció y colaboró”, indicó.

Agradeció la buena atención que han recibido en el Hospital de Ovalle, donde lo único que faltaría sería una hora con psiquiatría, pero que quedaría ya para el próximo año.

El Valor de la familia

Explica Juan Pablo, que tras una tragedia como esta, se alcanza a valorar la importancia de la amistad y de la familia, tanto la más cercana como la que aparece sólo en los momentos difíciles.

“Con esta situación conocí familia que no sabía que tenía. Notamos el afecto de la gente, y eso se valora positivamente”, indica el universitario.

 

Reponerse con el negocio

Sandra explica que el Almacén Jota Pe, más temprano que tarde estará en pie otra vez, con la colaboración de distribuidores, aliados y clientes podrán regresar a la normalidad.

“Se nos quemó el almacén, rosticería, bazar, frutas y verduras. Lo teníamos muy surtido después de comenzar muy de abajo. Yo empecé vendiendo pan y empanadas, y poco a poco fuimos creciendo, y creo que eso la gente lo valoró. Igual aprendí a crear y tratar al cliente, a hacer negocios”, destacó.

Recordó que luego comenzó a participar en postulaciones de Sercotec, y fue ganando proyectos. “Uno de los últimos que gané era para digitalizar el almacén. Tenía cámaras de seguridad, computador para hacer la boleta electrónica. Muchos nos han ofrecido apoyo para poder levantar el almacén. Creo que en marzo podríamos volver a tener el negocio”, adelanta la emprendedora.

 

 

 

 

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