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Jueves, Julio 10, 2025

José Araya cumple 100 años celebrando con uva, erizos y el cariño de su familia

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Tras una vida dedicada al trabajo, primero en las salitreras del norte y luego como agricultor en Ovalle, don José Araya Olivares celebra su centenario rodeado del amor de los suyos, la tranquilidad del campo y una rutina que mantiene con admirable vitalidad.

Un siglo de vida. Así se resume la historia de don José, un ovallino por adopción que este próximo 21 de julio cumplirá 100 años. Nació en Chuquicamata en 1925 y tras décadas de trabajo en la histórica mina, decidió volver a sus raíces familiares y radicarse en la comuna de Ovalle, donde compró una parcela, cultivó uvas y construyó una vida simple, activa y rodeada de afectos.

Desde su parcela cercana al pueblo Limarí, don José recuerda con claridad los años pasados y se mantiene con una vitalidad que sorprende. “Nunca se ha sentido una persona mayor”, dice su nieto Javier, con quien comparte casa. Hasta hace algunos años, el propio don José manejaba, hacía sus compras solo en Ovalle y caminaba cada día por su terreno. Hoy, su rutina continúa: se levanta temprano, pasea por su campo y mantiene sus hábitos con disciplina.

“Mi abuelo trabajó gran parte de su vida en la mina de Chuquicamata. Era encargado de bodega y se jubiló en 1981. Ese mismo año se vino a Ovalle con mi abuelita Marta Molinos y comenzaron una nueva etapa. Se construyó una parcela y se dedicó a la agricultura, especialmente al cultivo de uva de mesa, que aún mantiene”, cuenta Javier.

La decisión de volver al Limarí no fue al azar. Sus padres eran oriundos del pueblo de Manquehua y esa conexión lo motivó a dejar el desierto para reencontrarse con el verde del valle. Desde entonces, Ovalle ha sido su hogar. “Aquí está mi familia”, resume don José con simpleza, pero con emoción. Recuerda con nostalgia cómo era la ciudad en los años ochenta, mucho más pequeña, tranquila y con otro ritmo. “Ha cambiado mucho, ahora Ovalle es una ciudad grande”, comenta don José con algo de asombro. “Antes, para llegar desde el norte, debía viajar en tren hasta San Marcos y luego tomar un camión hasta la ciudad”, señala.

A lo largo de su vida, no solo se dedicó al trabajo. Fue un apasionado del deporte, especialmente del atletismo. Corría pruebas de velocidad y también jugaba al fútbol. Esa actividad física temprana, sumada a una vida sencilla y activa, podrían ser parte del secreto de su longevidad.“Mi abuelo come de todo, aunque poco. No se prohíbe nada. Camina todos los días, mantiene su rutina, ayuda en la casa y siempre ha sido muy resiliente”, señala Javier, su nieto. En tono de broma, don José afirma: “Para pasar la vida, hay que portarse mal”, dejando en claro que el buen humor también ha sido su compañero inseparable.

Su familia es pequeña, pero muy unida. Tiene una hija única, tres nietos y una red cercana que lo cuida y lo acompaña. “El secreto para llegar bien a los 100 años es tener una linda familia que lo apoya siempre”, señala Javier, convencido de que ese respaldo ha sido clave en su bienestar.

Y como a todo patriarca querido, no le faltan celebraciones. Cada fin de semana, sus familiares preparan almuerzos especiales en su honor. Le encanta el cabrito, los erizos y, por supuesto, compartir una cerveza. “Todos los domingos tratamos de hacerle un rico almuerzo, y lo hemos estado celebrando todo el año”, cuenta su nieto.

Este mes, además, la familia prepara una celebración especial en La Serena, donde reside una de sus hermanas. Allí se reunirán parientes de Santiago, Antofagasta y del valle del Limarí, en lo que será un emotivo reencuentro para homenajear al hombre que, con esfuerzo y humildad, ha construido una vida llena de sentido.

A pesar de los años, don José sigue siendo dueño de una lucidez admirable y una energía que contagia. “En la calle nadie pensaría que tiene 100 años. Le calculan 70, con suerte”, dice entre risas su familia.

Al preguntar a don José que se siente cumplir un siglo, él responde sin rodeos: “Me da miedo. Antes celebraba los cumpleaños con amigos. Hoy, ya no están”. Sus palabras reflejan la sabiduría de quien ha vivido mucho, pero también la inevitable nostalgia del tiempo que pasa. Aun así, no hay amargura en su mirada. Muy por el contrario, lo que prima es la gratitud. La misma que se respira en cada rincón de su casa, en los almuerzos familiares de los domingos, en el cuidado atento de su hija y nietos, en la tierra que aún recorre con paso firme.

Don José no solo celebra 100 años de vida. Celebra una historia construida con trabajo, afectos y raíces profundas. En cada cosecha, en cada conversación tranquila bajo la sombra del parrón, en cada risa compartida con quienes lo aman, sigue escribiendo su legado.

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