La Fundación Un Alto en el Desierto lleva años transformando escuelas rurales con intervenciones y talleres educativos hídrico ambiental, de reciclaje de aguas grises y atrapanieblas para enfrentar la sequía y formar conciencia en las nuevas generaciones.
En los patios de 15 escuelas rurales del Limarí los niños no solo corren y juegan, sino que también estos espacios se han convertido en laboratorios de innovación y sostenibilidad. La Fundación Un Alto en el Desierto, desde su creación en 2005, ha impulsado un proyecto pionero que busca educar a estudiantes y docentes sobre la gestión responsable del agua, al mismo tiempo que desarrolla soluciones concretas para abastecer a las comunidades.
La iniciativa surge en la comunidad de Peñablanca, donde se implementó la Reserva Ecológica Cerro Grande, con sistemas de Atrapanieblas, una tecnología chilena capaz de captar agua directamente de la niebla. Nicolás Schneider, co-creador de la fundación, en conversaciones con El Ovallino explicó cómo nació este proyecto. “Nos dimos cuenta que en Peñablanca había mucha niebla que se podía aprovechar como recurso hídrico. Antes nadie la usaba y hoy logramos producir agua limpia a partir de ella”, comentó.
La innovación parte con los Atrapanieblas, tecnología chilena inventada por Carlos Espinoza y que, según Schneider, ya va en su tercera generación: “Los sistemas actuales pueden atrapar hasta 6 litros por metro cuadrado al día y cuando tenemos toda la capacidad operativa de los atrapaniebla son 600.000 litros al año. Además, no requieren energía eléctrica ni combustibles, lo que los hace especialmente adecuados para zonas rurales con infraestructura limitada”, explicó.
El proyecto no se limita a la captación de agua: las escuelas participantes también están aplicando reciclaje de aguas grises provenientes de los lavamanos, sumando aproximadamente un millón de litros de agua reciclada al año, equivalente al 5% del consumo mensual de cada establecimiento. “Nosotros trabajamos con 15 establecimientos rurales, enseñando a los niños a reciclar agua y a cuidar el recurso más escaso de la región. Lo hacemos a través de talleres, de la instalación de sistemas y de un trabajo educativo que después los estudiantes replican en sus casas”, señaló Schneider.
El impacto, asegura, es concreto y medible: “Con el reciclaje de aguas grises logramos reutilizar más de un millón de litros al año. Es un porcentaje pequeño, pero muy significativo porque cambia la manera en que la comunidad se relaciona con el agua”, expresó.La experiencia de los niños ha sido uno de los motores del proyecto. “Cuando vemos que los estudiantes aplican en sus hogares lo que aprenden en los talleres, sabemos que la iniciativa ha tenido éxito. No es solo ciencia en la sala, es ciencia aplicada en la vida cotidiana”, comentó.
Los efectos van más allá de lo ambiental. La fundación ha observado mejoras en la convivencia escolar y en el desarrollo de habilidades científicas y sociales entre los estudiantes. “Los sistemas nos permiten mejorar los patios escolares, hacer paisajismo y crear espacios verdes. Eso fortalece la convivencia, mejora el ambiente escolar y hace que los niños se sientan parte de un cambio positivo”,señaló.
Desde la fundación destacan que la iniciativa no solo responde a la escasez, sino que también promueve soluciones locales de bajo costo, fabricadas localmente y que pueden aplicarse en cualquier comunidad afectada por la sequía. “Con medidas simples se puede enfrentar la crisis hídrica, demostrando que las soluciones están aquí, en nuestra provincia”, afirmó Schneider.
La visión a futuro es ambiciosa: “Queremos que cada escuela de la región, pública o privada, tenga educación hídrica como parte de su plan de formación. La sequía no se va a acabar mañana, y tenemos que preparar a las nuevas generaciones para vivir con menos agua”, comentó. La meta es que estas prácticas se conviertan en un referente nacional y se multipliquen en todo Chile, demostrando que la innovación local puede convertirse en un modelo global frente a la escasez de agua.
En un contexto donde la sequía amenaza el desarrollo de la región, el proyecto de la Fundación Un Alto en el Desierto demuestra que la innovación, la educación y la acción comunitaria pueden transformar la escasez en oportunidades de aprendizaje y resiliencia.