Apuntar un lugar en el sur del continente y trazar la ruta hasta llegar a él, revisar la mecánica de la bicicleta que tantas anécdotas le ha regaló en su Bogotá natal, e invitar a dos amigos a sumarse a la aventura, son los tres puntales en la historia de José Eduardo Virgüez Mora, con los que dio inicio a la aventura de su vida.
Inmerso en el Movimiento Humanista Latinoamericano, este psicólogo y docente colombiano de 29 años sentía unas indetenibles ganas de participar en las actividades de celebración de los 50 años de la Arenga de la Curación del Sufrimiento, lo que marca el inicio formal de esta ideología en el continente. El problema es que las actividades serían en el Parque Punta de Vacas, en Mendoza Argentina, y él sólo contaba con una bicicleta para llegar… ¡Problema resuelto! ¡Hay que subirse y pedalear!
Desde febrero Virgüez y dos amigos más iniciaron la ruta. No bien habían llegado a Cali y uno de ellos tuvo que regresar por motivos familiares. El otro lo acompañaría hasta Ecuador, pero sería una lesión en una pierna la que lo haría desistir de seguir. Ahora quedaría sólo y con mucho más tiempo para reflexionar. Con una sonrisa franca y de paso por el Limarí, narra a El Ovallino parte de su aventura.
El mansaje
“El objetivo es inspirar a las generaciones venideras a realizar todo tipo de acción no violenta enfocada a superar el dolor y el sufrimiento, a empoderar a las personas a que sigan sus instintos, pasiones y aspiraciones hacia el desarrollo de una humanidad unida, una nación más universal, influenciando a las primeras personas que están a mi alrededor y con quienes tengo un contacto más directo”.
El plan no es sólo llegar a la actividad, sino esparcir las ideas filosóficas de Silo, el fundador del movimiento y demostrar que cualquier ser humano tiene la capacidad de hacer lo que se propone.
“Ya luego sale mucha gente que te quiere apoyar. El camino ha permitido que las cosas salgan de la mejor manera. Por eso vamos tocando los corazones de quienes necesitan y que se están conectando con esa nueva ola, de tratar de superar todo eso que durante décadas se ha formado en el mundo y ha generado tanta división entre hermanos.
¿Un aprendizaje que te haya dejado la ruta?
-Aprendí que las cosas se atraen con el pensamiento. Las buenas y las malas. Hubo un momento que pensaba: “oye que bueno que no me he varado (pinchado)” y justo psssss… pinchaba una rueda y quedaba varado! Y entonces pensaba: ‘para qué lo pensé’…
¿Te has planteado otros retos como este?
-Muchísimos más. Pedaleando da mucho tiempo a reflexionar y estoy seguro que no voy a quedarme sólo con esto. La idea es hacerlo en mi país, que es una nación que durante 200 años se ha visto envuelta en una violencia entre vecinos y familiares. Es un país que está rodeado por la violencia y es un sector donde se necesita de personas inspiradas a que inspiren a otros a tener acciones para ellos mismos y para trascender a todas las personas con las que se tiene contacto.
Por lo pronto tiene la mirada puesta en el evento del próximo 4 de mayo en Mendoza. Mientras, va alimentando su bitácora digital con fotos y experiencias en la cuenta de Facebook: @girolatinoamericanoporunaculturadepazynoviolencia donde comentarios, fotos y videos van ilustrando su ruta en cada punto, cada paisaje y cada vivencia.
Admite que el regreso quizás no sea en bicicleta, aunque las dos ruedas estarán listas para la próxima aventura en la que llevará, sin duda, un mensaje de amor, paz y fuerza.
Una experiencia inigualable
A lo largo del camino ha conocido mucha gente interesante. Una que le marcó se llama Carlota. Es chilena y vive al norte de Tocopilla.
“Carlota tiene una calidad humana que te inspira a seguir adelante. Ella sufrió mucho en la vida y hace cuatro años decidió retirarse de todo el sistema e irse a vivir a la orilla del mar. Se quedó en Caleta Urco, antes de Tocopilla. Ella sale a las 4.00 de la mañana a recoger lo que bota el mar: plásticos, botellas, algas… incluso se va a recorrer el desierto en busca de todo tipo de basura que va dejando la gente y lo reutiliza en su casa: no hay nada que se pierda y siempre le da un uso nuevo a las cosas. Con ella compartí dos días. Su casa es ordenada, pero con todo reciclado. Ha aprendido a sacar la sal marina, ha aprendido a pescar, ha aprendido a hacer muchas cosas que antes no hubiese imaginado y se reinventó casi desde cero. Ella se alejó de todo lo que la contaminaba y consiguió su paz”.