Crédito fotografía: 
Leonel Pizarro
Los tres cuentos ganadores de la edición 2022 evocan reminiscencias de un Ovalle recientemente transitado, dejando en el ambiente la nostalgia por una comuna va cambiando poco a poco. En el primer lugar fue seleccionado el cuento “11 días del 84”, de Carlos Ardiles.

Una nueva edición del concurso narrativo en homenaje a la comuna de Ovalle cerró recientemente, dejando al jurado con la difícil misión de evaluar los 52 relatos participantes.

En esta ocasión, y como el certamen va sumando una palabra al texto, iguales a la cifra que cumple la ciudad desde su fundación en 1831, la convocatoria fue Ovalle en 191 Palabras.

El jurado, integrado por Paula Ceballos, Varinia Roa y Roberto Rivas, se decantó por los cuentos presentados por Carlos Ardiles, July Cuello y Víctor Arenas, para el primero, segundo y tercer lugar respectivamente.

La cita literaria, organizada por la Corporación Cultural Municipal de Ovalle, se ha convertido con los años en una tradición en el aniversario de la ciudad, en la que sus vecinos se animan a escribir sus vivencias y recuerdos buscando dejar una huella en cada celebración de la fundación de la comuna.

 

Ganadores:

Primer lugar:

11 días del 84

Autor: Carlos Ardiles

Los feligreses piden lluvia para las siembras. El viento norte trae nubes amenazantes. Un día y llueve. ¡Gracias a Dios! Dos días y llueve. Bendita lluvia. Benavente es navegable.  Tres días y llueve. El Limarí es un torrente furioso, oscuro, turbio, sin ley ni dios.  Cuatro días y llueve. El Puente Viñitas y el Nuevo sucumben.  ¡Suficiente San Isidro!, piden los fieles con el santo en andas.

Cinco días y llueve. El viento arranca calaminas, techos, árboles y sueños. Seis días y llueve. Se sabe de muertos, de caminos cortados, de pueblos aislados, de plegarias infinitas. Siete días y llueve.  El torrente desbocado se lleva el pavimento, las casas de la Fray Jorge, el bosque de los Corral, el Festival del Zancudo, hasta El Cuero y su mito.

Ocho días y llueve. Los helicópteros llegan con provisiones. Las quebradas se han vuelto eternas. ¡Se viene el Tranque! Nueve días y llueve. ¡Abrieron las ocho compuertas!, como nunca antes y nunca después. Diez días y llueve. Macondo existe. Las sirenas no se detienen, ni el agua ni el miedo. Once días y San Isidro se apiada. Sale el sol. Ovalle renace.

 

 

Segundo lugar

Línea Ferroviaria

Autora: July Cuello

Sobre las líneas ferroviarias del transporte que en el pasado anduvo por el Limarí corre un tren imaginario que carga carbón, va rápido y no se da cuenta que detrás le sigue un niño pequeño. Esa es la historia que de niña mi mamá me contaba para poder entretenerme durante las dos horas de viaje a La Serena por mis controles médicos para los que debíamos despertarnos muy temprano.

“Allá va el tren” me decía y apuntaba los oxidados rieles que quedan como recuerdo de lo que no alcancé a vivir. En mi infantil imaginación le respondía “Allá va el tren con carbón y el niñito lo persigue”.

Cada vez que veíamos el carril el juego volvía, quizá quien escuchaba pensaría que éramos dos extrañas que reían mientras apuntaban un paisaje vacío pero para mí era todo un mundo.

Hace un tiempo volvimos a viajar juntas, esta vez era ella quien iba por controles de salud y, en medio de la preocupación natural previa a una operación por cáncer, apunté a la ventana y le dije “Mami, allá va el tren y el niño que lo perseguía es ahora el conductor”.

 

 

Tercer lugar:

“El bar de aquellos sueños”

Autor:

Víctor Arenas

Cuando Sergio Melo Contador entró al Quijote una tarde de otoño de 1985, se dispuso a tomar asiento en el mismo lugar que ocupaba asiduamente con su padre, pidió un completo y una gaseosa de naranja e intentó por un instante revivir su infancia. Recordó de pronto los personajes más insignes del bodegón de antaño.

Pepillo, el antiguo dueño que se había granjeado la fama de preparar los mejores completos de Ovalle; Fariña, el cargador de calle Benavente que después de un par de cañas declamaba magistralmente la obra de Víctor Domingo Silva estremeciendo hasta al más indiferente de los parroquianos; el amigo Maturana, un guardia que solía remojarse el guargüero con tintán a objeto de apaciguar la melancolía febril que padecía por un loco amor no correspondido. Pensó en su amada esposa, y en la vez que la invitó a tomar un refresco cuando aún eran novios…

Tras el último trago de bebida, dejó la servilleta sobre el completero, recorrió con la mirada lentamente el lugar memorizando la atmósfera de la bohemia ovallina y entonces pudo presentir que aún demolido se seguirían percibiendo las ausencias reverberantes de sus voces olvidadas.

 

 

 

 

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